Santa Teresita del Niño Jesús, en dos de sus parábolas
La palabra parábola viene del griego "parabolé", que significa comparación. Una parábola es precisamente, un relato que busca comparar una situación con otra para hacerla más fácil de comprender, más accesible.
Santa Teresita del Niño Jesús creó una gran cantidad de parábolas e historias para enseñar su caminito de la infancia espiritual: Relatos pequeños para los más pequeños, los que por sí mismos no pueden hacer mucho pero que, abandonados a los brazos de Jesús y a su amor infinito, pueden lograr grandes cosas.
Hoy vamos a hablar sobre dos de sus parábolas, una es la del Pequeño Cero, la cual Teresita menciona en una carta de 1897 a su gran amigo, que quiso como a un hermano, el Padre Roulland:
“Mientras esperamos esta bienaventurada eternidad, que dentro de poco tiempo se abrirá para nosotros, pues la vida no es más que un día, trabajemos juntos por la salvación de las almas. Yo bien poca cosa puedo hacer, o, mejor, absolutamente nada si estuviese sola. Lo que me consuela es pensar que a su lado puedo servir para algo. En efecto, el cero por sí solo no tiene valor, pero colocado junto a la unidad se hace poderoso, ¡con tal de que se lo coloque en el lugar debido, detrás y no delante...! Y ahí precisamente es donde Jesús me ha colocado a mí, y espero estar ahí siempre, siguiéndole a usted de lejos con la oración y el sacrificio.”
El cero que se considera Teresita es un cero lleno de valor e importancia pues está acompañado y a su vez, acompaña; es una muestra de lo fundamental que es caminar en la fe de la mano de los demás. Todas las personas tenemos limitaciones, por eso necesitamos al prójimo, para complementarnos, servir, ver las cosas desde otras miradas, crecer como personas y alentarnos en el recorrido del caminito espiritual.
Otro detalle importante es que el cero se encuentra justo donde Jesús lo pone, en cualquier otro lugar no cumpliría su función ni sería de mucha utilidad. De eso se alegra Teresita y tiene la certeza de que Él siempre la va a “colocar” donde la necesite, por eso ella se entrega completamente para dejarse llevar por su voluntad, la voluntad del Amor, que siempre la va tener en la situación y momento adecuados.
Por esa misma línea, la de dejarnos llevar por Jesús, es que va la otra parábola de Teresita: La parábola del Pincelito:
“Si el lienzo que pinta un artista pudiera pensar y hablar, seguramente no se quejaría de que el pincel lo toque y lo retoque sin cesar; ni tampoco envidiaría la suerte de ese instrumento, pues sabría que la belleza que lo adorna no se la debe al pincel sino al artista que lo maneja. El pincel, por su parte, no puede gloriarse de haber hecho él la obra de arte. Sabe que los artistas no se atan a un instrumento, que se ríen de las dificultades, que a veces les gusta escoger instrumentos débiles y defectuosos…Madre querida, yo soy un pincelito que Jesús ha escogido para pintar su imagen en las almas que usted me ha confiado. Un artista no utiliza solamente un pincel, necesita al menos dos. El primero es el más útil, con él da los colores comunes, y cubre totalmente el lienzo en muy poco tiempo; del otro, del más pequeño, se sirve para los detalles. Madre querida, usted representa el precioso pincel que la mano de Jesús toma con amor cuando quiere hacer un gran trabajo en el alma de sus hijas; y yo soy el pequeñito del que luego quiere servirse para los detalles menores.”
En este caso vemos a Jesús como un pintor, un artista que plasma grandes obras de arte en las almas y para hacerlo utiliza sus pinceles. Teresita entiende que es como uno de los pincelitos que usa ese gran pintor, ella no es propiamente quien hace la obra, ni la pintura es de su propiedad, ella solo se entrega para quedar en manos de ese artista y que sea Él quien la guíe y pinte con ella justo lo que quiere.
Además, aparece de nuevo lo importante que es el prójimo: un pintor no podría pintar solo con un pincel, necesita de varios con tamaños y características diferentes que le permitan lograr el resultado esperado. Cada uno de nosotros tiene características, habilidades, dificultades y experiencias diferentes a las de cualquier otra persona. Todos somos pincelitos únicos a los que el pintor sabe apreciar y usar en la situación adecuada; si algún tipo de pincel faltara la obra no estaría completa.
Jesús nos ama con nuestras particularidades y en nuestras diferencias, no pretende que seamos todos pinceles iguales. Por eso nosotros debemos también apreciar esas particularidades de los demás y no rechazarlas o envidiarlas, ni rechazar las propias. Abandonarse a las manos de Dios es también aceptarse y amarse a sí mismo tal y como uno es.
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